Vaya cosa. Nos pusimos los zapatos como quien no quiere la cosa, y empezamos a reír. Me resulta tan raro tenerte aquí conmigo, la distancia siempre nos había mantenido separados. La cena estaba rica, tal vez un poco grasienta para mi últimamente, tan refinado estómago. Siempre hemos tenido gustos diferentes pero este restaurante nos agrada a los dos. Cuando venía aquí, recordaba tus sorbos al agua fría. Y, ¿recuerdas cuando te cantaron cumpleaños feliz? Yo aún no he logrado olvidarlo.
Las calles están más bien vacías para lo que suele ser este lugar en verano. Está todo nevado, será por eso, pero yo no tengo frío, nunca tengo frío a tu lado...
Realmente me impresiona tu capacidad de olvidar todo lo sucedido, comprendo que yo, tan enamorada, no me diera cuenta de todo aquello que realmente me estabas causando... pero ¿tú? Tú sabías perfectamente que todo lo que hacías era para hacerme más y más daño. ¿O me querías? Siempre queda esa esperanza, ese instante de fe que me dice, que cada vez que volvías, cada vez que me hablabas, era porque realmente me echabas un poco de menos.
Vuelve, vuelve tarde pero vuelve, vuelve a mí si te pierdes.
lunes, 17 de febrero de 2014
domingo, 16 de febrero de 2014
¿Qué sería de mi vida si fuera a tu lado? (III)
Me miras y te miro. Te intentas marchar pero no te dejo. Pero tampoco hablo. Tan poquito sueño ya contigo. Aún así me perteneces en estos instantes de fe que, a veces, vuelven a mi cabeza.
No cabíamos demasiado bien en ese portal, había poco espacio... pero es una historia que merece ser contada. No sabría decir si estabas ahí por voluntad propia o porque ya te acabé dando mucha pena... pero allí estabas tú, y estaba yo. Fuera llovía, de hecho teníamos el pelo empapado y las manos congeladas. Había unos cinco centímetros entre tu boca y la mía, entre tu nariz y mi nariz, entre tu cuerpo y mi cuerpo, pero fueron los cinco centímetros más largos de mi vida. Y no pasó nada, absolutamente nada. Aseguramos que sería el fin... en cambio esto nunca acaba. Me dijiste que habías aprendido tanto conmigo, y yo no aprendí nada.
Y así.
No cabíamos demasiado bien en ese portal, había poco espacio... pero es una historia que merece ser contada. No sabría decir si estabas ahí por voluntad propia o porque ya te acabé dando mucha pena... pero allí estabas tú, y estaba yo. Fuera llovía, de hecho teníamos el pelo empapado y las manos congeladas. Había unos cinco centímetros entre tu boca y la mía, entre tu nariz y mi nariz, entre tu cuerpo y mi cuerpo, pero fueron los cinco centímetros más largos de mi vida. Y no pasó nada, absolutamente nada. Aseguramos que sería el fin... en cambio esto nunca acaba. Me dijiste que habías aprendido tanto conmigo, y yo no aprendí nada.
Y así.
Me hice vegeteriana el verano pasado.
Digamos que me apasionan los domingos y jugar al tres en rayas. Digamos también que las fresas solo son fresas en forma de batido. Y digamos que las buenas fiestas solo son aquellas en las que te mueres por volver a casa.
Habrás pensado que estoy loca, y habrás jurado no volverme a hablar... pero ten por claro que lo que digo no siempre va a ser verdad.
Habrás pensado que estoy loca, y habrás jurado no volverme a hablar... pero ten por claro que lo que digo no siempre va a ser verdad.
martes, 11 de febrero de 2014
No uno, sino cincuenta suspiros.
Sueltas un te quiero al aire, como el que suelta un suspiro, como aquel que dejó caer un avión de papel. Y sonríes. Sonrío yo también, ¿qué otra cosa puedo hacer? Me lo estoy creyendo, me lo creí desde antes de haberte conocido. Es como si ya te conociera siempre. Mientras, sé tan poquito de ti. Me basta con saber que mides cada paso cuando andas, que no tienes nada planeado pero todo te sale tan bien, porque le pones ganas. Y al final no importa lo mucho que me llames, solo las caricias a la espalda. Y esas miradas en las que me pierdo y me cuesta encontrarme. Una ráfaga de viento en mi pelo... y te quedas como embobado, como ausente. Como un niño al que le acaban de contar una mentira, y se la ha creído. ¿Seré yo tu mentira? Tal vez sea tu verdad. ¿Y qué haremos cuando nos perdamos? Tal vez encontrarnos... o tal vez seguiremos buscando siempre.
jueves, 6 de febrero de 2014
¿Qué sería de mi vida si fuera a tu lado? (II)
La mirada que desprendían tus ojos estaba llena de rabia y dolor, ahora entiendo que te costara decir cualquier cosa, entre dientes empezaron a salir palabras de tu boca:
- El desayuno de ayer me dejó preocupado, no articulaste palabra en toda la mañana, ni por asomo apareció tu típico mal humor, ni tu sonrisa al dar el primer sorbo al café ardiente. Habías dormido en el sofá, y pude llegar a entenderlo, no me diste los buenos días, lo cual también comprendo, pero tampoco comentaste las injusticias del mundo que veíamos en las noticias, lo cual no me dejó indiferente; tú siempre tienes algo que decir... y yo solo escuché el silencio y el murmuro de la calle tras la ventana de nuestro apartamento.
- No tengo fuerzas para permitirte ocuparte de mí, como otras veces habías hecho. Necesito un espacio que me deje completamente sola. ¿Te han hablado alguna vez de la "zona de comfort"? Es una zona en la que estamos cómodos y a la que estamos acostumbrados, es esa zona que conocemos y de la cual no queremos salir. Yo no quiero salir de la mía, y la mía soy yo misma, yo sola. Yo, yo, yo... lo egoísta para mi mente es lo más fácil, lo más seguro. A ratos no soporto mi soledad, pero generalmente es donde, por más tiempo, me siento bien. Es evidente que mi compañía solo es buena para quien no decida entrometerse, y todos lo hacen.
- ¿Qué puedo hacer?
- Perderme para tenerme y olvidarme para recuperarme. Aunque nunca funciona. No es demasiado sano. Aún nunca ha funcionado.
Saliste de aquella cocina con la mente ausente, no pude intuir lo que estabas pensando ni por un segundo... pero me daba igual. Hice mi vida aquella mañana, como si no hubieras existido jamás.
La mirada que desprendían tus ojos estaba llena de rabia y dolor, ahora entiendo que te costara decir cualquier cosa, entre dientes empezaron a salir palabras de tu boca:
- El desayuno de ayer me dejó preocupado, no articulaste palabra en toda la mañana, ni por asomo apareció tu típico mal humor, ni tu sonrisa al dar el primer sorbo al café ardiente. Habías dormido en el sofá, y pude llegar a entenderlo, no me diste los buenos días, lo cual también comprendo, pero tampoco comentaste las injusticias del mundo que veíamos en las noticias, lo cual no me dejó indiferente; tú siempre tienes algo que decir... y yo solo escuché el silencio y el murmuro de la calle tras la ventana de nuestro apartamento.
- No tengo fuerzas para permitirte ocuparte de mí, como otras veces habías hecho. Necesito un espacio que me deje completamente sola. ¿Te han hablado alguna vez de la "zona de comfort"? Es una zona en la que estamos cómodos y a la que estamos acostumbrados, es esa zona que conocemos y de la cual no queremos salir. Yo no quiero salir de la mía, y la mía soy yo misma, yo sola. Yo, yo, yo... lo egoísta para mi mente es lo más fácil, lo más seguro. A ratos no soporto mi soledad, pero generalmente es donde, por más tiempo, me siento bien. Es evidente que mi compañía solo es buena para quien no decida entrometerse, y todos lo hacen.
- ¿Qué puedo hacer?
- Perderme para tenerme y olvidarme para recuperarme. Aunque nunca funciona. No es demasiado sano. Aún nunca ha funcionado.
Saliste de aquella cocina con la mente ausente, no pude intuir lo que estabas pensando ni por un segundo... pero me daba igual. Hice mi vida aquella mañana, como si no hubieras existido jamás.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)